Jose Lannes (UFPR Litoral, Brasil)
De Adam Smith a Alfred Chandler Jr, juntando a ellos Bill Lazonick, hemos aprendido que la economía capitalista se desarrolla por procesos conducidos por manos invisibles y visibles, del mercado, de los empresarios y del Estado. La siderurgia brasileña vio nacer las pequeñas forjas privadas que buscaron resolver en parte las necesidades de artefactos de hierro en los siglos XVIII y XIX, en el interior del país, y el surgimiento de los primeros alto hornos con la llegada de la familia real portuguesa al Brasil que creó el proceso de estímulos gubernamentales internos al desarrollo de la pequeña industria metalúrgica. El desfase tecnológico del siglo XIX, responsable por costo de producción más grande que el precio de importación, permitió solamente el crecimiento despacio de las pequeñas fábricas en el interior del país, y la permanencia de la antigua Fábrica Ipanema, proveedora de armamentos al ejército nacional, envuelto en guerras durante el siglo. Al final del Imperio Portugués en Brasil, la creación de la Escuela de Minas, en Ouro Preto dio impulso a los nuevos altos hornos a carbón vegetal que empezaron una nueva trayectoria industrial, en constante acenso tendencial, no obstante las crisis recurrentes, fruto de dos estrategias, la gubernamental, de la Escuela de Minas, y la empresarial, de inversión en plantas de más grande escala de producción, frente a los pequeños productores. El boom de la economía del café puso a la orden del día nuevas necesidades más masivas de hierro, como los ferrocarriles, equipajes del ejército, máquinas y utensilios para la economía del café y del azúcar. A comienzos del siglo XX, la producción interna de hierro gusa (arrabio) tuvo crecimiento exponencial, con ritmo muy arriba del total de la industria, de la agricultura y del país, pero concentrado en una única empresa, la Queiróz Júnior. Las necesidades internas, frente a las restricciones de la capacidad de importación y los objetivos militares, impulsaron la emisión de políticas públicas de fomento a la exploración mineral y su posterior transformación siderúrgica, dando origen a órganos públicos dedicados al análisis técnico de la tarea de fomento industrial, lo que permitió que, en la década de 1920, nuevas cuatro empresas siderúrgicas impulsasen la diversificación de la producción interna hacia arrabio, acero y laminados, y de la composición de capital, con la entrada de la primera multinacional siderúrgica en el país. Los ideales políticos por la industrialización vía las ramas industriales de base llegaron al poder en 1930, con Vargas y su proyecto de nación industrial, que exigía resolver el problema siderúrgico, frente a la escalada de las importaciones en esa década. El proyecto de una gran siderurgia, capaz de garantizar la autosuficiencia, fue una obra que agregó varios agentes: los empresarios, la burocracia estatal y la clase política. La creación de la empresa estatal Compañía Siderúrgica Nacional (CSN) coronó la trayectoria industrial que entrelazó en medio siglo manos visibles e invisibles.